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¡Benditos Olvidados!

¡Benditos Olvidados!

El otro día me crucé con un buen amigo, de esos que puede pasar el tiempo y nunca te hará un reproche del porqué. Le pregunté qué tal iba y me dijo que un poco torcio, me hice cómplice con él y le comenté que claro en estos momentos que vivimos lo peor es estar jodido y cuando menos reconocerlo.

Nos dio por reír la situación y salte como suelo hacer, para romper un poco el hielo que todos llevamos encima sin darnos cuenta que nos atrofia las articulaciones:

¡ostia puta! ¡tío! ¿tú sabes quién era el torcio?

Pues claro, era la tienda de ropa que había en la cruz de los caídos «modas Quico», jajajaja nos reímos y le digo claro estaba la tía Francisca que era para los humanos y el torcio para quien quería ser algo más…como dice la canción. ¡¡Y en la cruz de los caídos!! Anda que no había fachas en esa época, fachas y de fuerza nueva.

Pero poco a poco se fueron asentando y aceptando, conforme se iban colocando. Luego vino ¡cómo no! otros pájaros que también hicieron lo mismo, mitigar las penurias alzándose amarrados al altavoz de las elecciones: pelotitas de madruga anca la Fifi, que bien sentaban después de toda una noche de pelotazo; o esperar a que abriera la higuera para beber quintos y comer la ensaladilla que la abuela hacía. Dios sin dientes y partiendo aceitunas jajajaja nos entraron las arcadas y a la una al Soli a ver a Juan, pedazo de pan este hombre, y a leer el país que era lo que se llevaba en la plaza roja.

Con un solo periódico nos informábamos todos de todo. La lucha estaba por llegar y cuando llegó ya estábamos en la OTAN y mira que se gritó pero no se sabe cómo de estar todos en contra entremos igual que salen las hormigas en cuanto aparece una miga de pan: no se sabe por dónde.

Así que no nos quedó otra opción que seguir yendo al estanco del Cipote, «quien te puso el mote de nombres entendía» a comprar un paquete, mientras se oía una armónica que hacía bailar a todos aquellos santos que estáticos miraban a todo «quisqui» que entrara al estanco; mientras nos bendecía, las campanas replicaban por no se saben quién.

Fumábamos sin remedio y a golpe de china; eso sí, crecían los cigarros en un ruedo que no dejaba pasar el sol. Las charlas se sucedían y la cerveza era una alegoría de la amistad.

¡Benditos olvidados! que nos hicieron crecer torcidos pero con la mirada crítica y limpia de falsedad. Torcidos con juicio para no olvidar y alzar la voz para enderezar cualquier entuerto. Torcidos para saber bien, quien le da la vuelta a la canción y se quiere quedar con la melodía sin haber estudiado una pizca de música.

Joaquín Martínez Gil